Hace poco tuve un día muy activo en cuanto a fotopollas se refiere (incluya el término videopollas tb).

Por varios motivos me quedé con ellas en mente, dando lugar a lo que será una de mis proximas imagenes de Estranged sex pero también a la reflexión que sigue.

Quisiera no embarcarme en un texto que chapotee en aguas cenagosas, pero es complicado, no me saltéis a la yugular –todavía– con palabras como acoso, abuso, #metoos o empecéis a mandarme fotos de vuestras pollas sin dejar que me explique hasta el final.

Hace tiempo leí un artículo en Vice sobre las fotopollas escrito por una mujer y con bastantes puntos validos, pero con la moraleja no me sentí identificada. De hecho, tras hacer una búsqueda veo muchos artículos que más menos versan sobre lo mismo, y aunque en el fondo no hay tanto sobre lo que versar, a mí la falta de matices se me atraganta. El artículo concluía que los chicos deberían guardarse la polla en sus vaqueros y dejarnos tranquilas. Y yo pensé que eso era una pérdida para todas aquellas pollas sí deseadas y una manera pobre de cerrar un tema que quizá tenga mas escenarios posibles.

No es que vaya a hacer apología de las fotopollas, ni tampoco lo contrario. Es más, lo que a mí se me plantea es un dilema y unas reflexiones. Precisamente por eso escribo, porque no me parece que quede zanjado el tema con guardaros vuestros penes que no nos gustan. A mí me gustan los hombres (enteros, no por trozos), no todos, no siempre, pero estoy cansada de que como mujer no pueda decir que me gustan ellos y sus pollas. Creo que no me excitaría sólo viendo una foto de una polla sin hombre. Necesitaría cierta historia y contexto y en ese marco sí me puede resultar excitante ver una. Es decir, no es ver una polla y decir “a tope”, pero ni me dan asco, ni me parecen cíclopes, ni ninguna de esas descripciones terribles que se hacen de la anatomía masculina, que al igual que cuando las hacemos de la anatomía femenina, me resultan aberrantes.

Creo sinceramente que no es lo mismo (ni es el mismo perfil de tipo) aquel que manda su polla a diestro y siniestro sin saber bien si lo envía a una mujer o un hombre (en temas de menores ni entremos) que el que la manda por jugar o por si cuela, ni el que la manda a alguien con quien está ligando o ha ligado. A mi modo de ver son tres tipos diferentes.

Repito al revés para liar, creo que es importante diferenciar entre aquellas fotopollas que son deseadas, aquellas que se mandan esperando ser deseadas y aquellas que se mandan sabiendo que no lo son, por el morbo de invadir al otro con la polla de uno, de imponerla.

El dilema sólo surge en el segundo caso, esa polla que se arriesga y no sabes si virará a polla indeseada o deseada. Las otras dos quedan claras, las que se imponen mal, las deseadas bien, y es posible que incluso ni haya dilema con la de en medio. Pero pensemos juntos.

Mi aportación al terreno fotopolla. Una reflexión sobre la polla (in)deseada.

Caso 1:
En una relación donde haya uno o varios varones, y a alguien le molen las pollas, ya sea una relación real y física, a distancia, virtual, incipiente o consolidada si se pone hot o para poner hot el tema, las pollas son parte del juego. Cierto es que veo mucha tendencia masculina a reducirse a sí mismos a pollas, con lo que molan los rostros, los culos, las espaldas y los pechos, por no decir ya las palabras y las ideas. Pero las pollas tienen su aquel. Condenadas, como han sido, al ostracismo del erotismo (tantas veces he oído eso de que parece pegada al hombre y que son de todo menos bonitas), creo que deben reclamar su derecho a ser vistas y consideradas, dentro claro, del marco apropiado. Imponerse jamás es buena idea. Además de que puede ser violento o hasta dañino. Pero creo que el hombre en general debe reclamar su estatus de objeto deseable (polla incluida) pues si sigues el camino que parte de los pies hacia arriba o de la cabeza hacia abajo, se encuentran un montón de cosas chulas… Recapitulo lo obvio: allí donde hay una relación consensuada, las pollas tienen cabida y los hombres son bonitos, dejémosles explorarlo.

Caso 2:
Recientemente escribí a un tipo cuyo curro me apasiona. Hace un trabajo súper erótico que visualmente me encanta. Le di algunos corazones de instagram y le dejé algunos comentarios porque, francamente, me mola mucho su obra y le imaginaba como un tío súper guay. Me escribió por DM que jugáramos. Solo eso. Contesté al día siguiente en plan fan y no respondió. Al tiempo vi una de sus historias, salía así como fumando súper cool y sensual, y me hizo cierta gracia pensar si algún vez iba a la compra verduras y su mundo se volvía llano. Contestó que solo iba al mercado para comprar whisky y me mandó varios vídeos de su pene y él. Contesté con gracia e intercambiamos varias líneas mientras me siguió mandando algunos de sus greatest hits.
No me importó demasiado porque el tipo en cuestión me parecía sexy y más aún su trabajo. Pero tampoco me dieron ganas de jugar con él o mandarle nada. En menos de un día me bloqueó y yo me quedé jodida porque ya no puedo ver su curro.
Se me ocurre que tuviera miedo de que me quisiera casar con el o, peor aún, que quisiera hablar (que de hecho es lo que quería) y escarmentado de gente que quiere hablar, se lo ahorrara bloqueándome.
Cuando me surgen estos enigmas siempre me acuerdo del enigma del cura de Ampuero que torturaba a mi abuela. El cura de Ampuero salió en moto y nunca regresó. Al borde del río se encontró su moto pero nunca el cuerpo ni tampoco rastros de accidente. En el pueblo se decía que el cura se había ido a Ibiza con un novio.
Regresando a la historia del artista me da por pensar que hay nuevos perfiles de relacionarse y me parece guay. Es a saco pero está claro. Te parezco sensual. Te mando mi polla y follamos si coincidimos en el espacio- tiempo. Y si no, fuera. No hay apenas palabras ni mayor interés. Me sorprende por lo rápido pero no me lastima, así que en ese caso entiendo que las fotopollas podrían tener sentido. Osea, el ritmo no es el mío pero eso no cambia que la dinámica pueda ser válida para quien o cuando se pueda ir tan a saco.

Otra cosa interesante que he descubierto es que estas historias de Instagram se pueden ver una o dos veces o que se yo durante apenas unos minutos y luego desaparecen sin que quede constancia de lo que has visto o ha pasado. Imagino que habrá quien sepa guardar estas historias pero la persona medio llana lo ve y luego entiende que ya no lo puede ver más. Así, si te mando mis tetas, las verás dos veces y se fueron. No las puedes enseñar ni postear en Pornhub ni usar de ninguna manera. Es liberador con todo lo que eso conlleva, que es que se puede abusar y traspasar la libertad del otro (no hay ni miedo ni consecuencias como una ciudad sin ley y esto no siempre es seguro).

Caso 3:
Las fotopollas que se parecen más al exhibicionista de barrio de siempre. El otro día estaba felizmente en mi Face cuando me entró un mensaje por Messenger. No comprendo bien cómo, porque en principio uno debe aceptar las peticiones de mensaje, pero este me entró y no era de alguien de entre mis “amigos”. Me entra del tirón un ‘Hola’, ojitos de corazón, dos fotopollas y una vídeo llamada, en plena oscuridad, de una polla y una mano, ya muy entradas en materia. No sé ni cómo acepto. Me faltaba mandarle un thumbsup, que siempre los mando en los momentos más inoportunos, porque el simbolito está ahí, tan cerca de todo. Total, intento colgar pero minimizo la pantalla envés, hago esto de que se me pongan todas las aplicaciones en cascada, volteo el móvil y se me pone todo de lado y ya no sé ni cómo encontrar el botón rojo, el audio esta activado y estoy flipando. Toda esta torpeza duró 30 segundos con el ruso de UK a tope en el silencio de mi noche. Ya por fin encuentro donde colgar y pienso wtf . Me vuelve a llamar y ya le cuelgo con facilidad porque no hay sorpresa. Le bloqueo. Imponer su polla al resto, a la mirada de un otro que no la espera, sea quien sea el otro, mientras tenga ojos para ver, no hay dilema: es un abuso.

Caso 4:
Recuerdo una situación de hace ya muchos años y que llamaremos Caso 4 El obrero. Eran las 8 AM e iba de camino al curro. Tenía 23 años. Vivía en Londres. Iba en bus mirando por la ventana y tenía sueño. Mi mirada se cruza con un obrero joven que representó a la perfección el gesto de cómo sería llevarse una polla a la boca, de lado. Así sin pensarlo ni nada. En una mirada que duró menos y nada. Pensadlo, iba en bus: o lo tenía ensayado y lo hacía para todos los ojos o no sé ni cómo pudo ocurrírsele tan rápido. Me quedé medio espantada… yo sólo miraba por ahí… Por supuesto que esto es de lo más suave que me ha pasado en la calle, no entremos en el #metoo anda, dejémoslo de lado. Lo cuento porque esta historia me recuerda que la edad importa también, y el momento, y el lugar…

No tengo respuestas. La línea que define la polla no solicitada que no molesta (Caso 2 El artista) de la que sí (Caso 3 El ruso) es difusa. Uno puede mandar su foto esperando gustar y acabar desagradando. Ser el artista y ser percibido por el otro como el ruso. O tal vez el artista era como el ruso y soy yo quien no quiero que sea el ruso porque su curro me gusta. Quién sabe.

¿Así que cuándo aventurarse a mandar una polla?… pues no sé. Cuando te la pidan, es un buen comienzo. Cuando digan que sí quieren verla, es otra opción. Y quizá se trate de dejarnos pedirlas. Nosotras a nosotras y ellos a nosotras. ¿Me explico?